Musuk Nolte

Photographer
NA
 
Santa Barbara
Location: Lima, Peru
Nationality: Peru
Biography: Musuk Nolte  (Ciudad de Mexico, 1988 / Nationalized Peruvian) His work strives between documentary and artistic photography to approach social issues, such as memory and environmental depredation. Throughout his career, Nolte has often... MORE
Private Story
Santa Barbara
Copyright Musuk Nolte 2024
Updated Mar 2020
Topics human rights


Santa Barbara, Huancavelica,  2017.
por Illari Orccotoma

DÍA 9542

En el exterior de la morgue general de Huancavelica, hay un grupo de alrededor de 20 familiares de las víctimas del Caso Santa Bárbara. Los cuerpos de sus familiares, o lo que queda de ellos, llegaron el día de ayer de las oficinas de Medicina Legal en la ciudad Ayacucho, donde estuvieron albergados los últimos siete años. Esperan. Junto a ellos, varios funcionarios del Ministerio Público, la Fiscalía, la Cruz Roja Internacional, el CMAN, esperan también. Todos se conocen, se llaman por sus nombres, se saludan cariñosamente. Es probable que lleven años conociéndose. Luego de unos minutos, una voz los llama, ya pueden sacar los cajones. Se organizan en voz alta. “Qué entren los varones”, “uno por familia”, se escucha. De manera pausada, van saliendo, en sus brazos, los 15 pequeños cajones blancos. Y en grupo avanzan hacia la Catedral, a unas cuadras del lugar.
La gente en la calle que los ve pasar, se detiene, se persigna. “Uy, todos bebitos”, dice una señora sacándose el sombrero, mirando la imagen con pena. La señora del costado la corrige. “No, no son bebitos. Son desaparecidos. Recién los están entregando. El cajón es chiquito porque puro huesito será”, le cuenta. Y las dos siguen mirando y guardan silencio.
En la puerta de la Catedral se organizan para entrar de manera más solemne. Colocan los 15 cajones de manera ordenada delante del atrio. El cura nos invita a los demás a tomar asiento e indica que el asunto será breve. No se celebrará una misa, será sólo un acto de bendición. El abogado Milton Campos, quien representa a todos los familiares, oficia la ceremonia. Dice unas palabras e invita a un representante de la Fiscalía y del CMAN a acercase al púlpito a hacer lo mismo. Ambos hablan de la enorme deuda que el Estado peruano tiene con ellos. Ambos piden disculpas. El cura toma la palabra final y nos pide que recemos juntos. 
Han llegado más arreglos de flores, más gente. El cortejo ha crecido. Salimos todos siguiendo a los cajones. El velorio continuará en el Salón comunal de la Comunidad de Santa Bárbara, a unos cuantos metros atrás de la Catedral. El camino es corto, pero de subida. Tenemos que pasar por una pequeña feria de comida instalada en una de las calles. Cajones blancos sostenidos por brazos y manos arrugadas y callosas, atravesando toldos de colores fosforescentes.
Arreglan rápidamente la sala más amplia del salón comunal y los 15 cajones son colocados ahí. En uno se lee el nombre de una de las víctimas y la anotación “e hijo”. “Es que han puesto a dos en un solo cajón. A la Mercedes con su hijito. En la panza todavía estaba”, me cuenta la señora que arregla las velas. Terminamos entre todos de acomodar las sillas de plástico y de pronto la sala ya está llena. Los familiares de las víctimas se estaban organizando para tomar la palabra y dirigirse un rato a quiénes estábamos en el local, cuando súbitamente, llega la Ministra de Justicia, Marisol Pérez-Tello. La esperaban en la mañana, para la salida de los cuerpos de la morgue y la pequeña ceremonia en la Catedral, pero por la huelga del magisterio, pensaron que no llegaría. Hay expectativa por escucharla hablar. “Perdón, porque tuvo que ser un organismo internacional (la CIDH) el que nos hiciera ver lo que ya todos sabíamos. Perdón por haber permanecido indiferentes ante su dolor. No es fácil para mi, como persona, el tener que cargar con ese pasivo histórico de gobierno. Pero es lo que toca.”, les dice de manera muy sentida a los familiares de las víctimas. “Pedir disculpas es en realidad el encargo que a mi me honra, me duele, pero me honra. Pedir disculpas en nombre de un Estado que hoy está presente. Y agradecerles a ustedes el ejemplo que significa para todos su lucha, su confianza incansable en la justicia a pesar del dolor y la arbitrariedad”, agrega. Se disculpa por tener que irse tan rápido, pero asegura que no quiere que su visita desvirtúe lo realmente importante: que luego de 26 años, éstas familias tengan a quién enterrar.  Puede ser cierto. Hay maestros marchando cerca. Se va. 
El salón comunal regresa a la calma que había tenido antes. Le pregunto tímidamente a la persona que está sentada a mi lado que más va a pasar. “Nada”, me dice. “Nos vamos a quedar toda la noche aquí, acompañando. Y mañana los vamos a enterrar”. “¿Toda la noche?”, pregunto incrédula. “Sí, así es la costumbre”, me alecciona. La costumbre, me cuentan, es que al día siguiente del entierro, la familia va al río a lavar todas las ropas del difunto, para guardarlas limpias. Y los deudos guardan luto por un año. 
Me ausento por unas horas y al regresar, hay un poco menos de gente. Me recibe uno de los familiares y me invita un vaso de gaseosa. Le pregunto por el resto de familiares y me dice que se han estado turnando para almorzar, pero que todos van a volver. La tarde avanza, la luz se va. La gente sigue llegando, amigos, familiares, vecinos. El salón comunal se llena de nuevo. Todos traen algo: velas, traguito, compañía, cariño. Una de las señoras presentes se anima a hablar. Cuenta que ella también tiene familiares desaparecidos y que verlos a ellos la alienta a continuar luchando por su caso. Se emociona. Varios brazos se extienden para darle fuerza y consolarla. El traguito y la coca empiezan a circular de manera más regular para acompañar el desvelo. A mi sólo me habían ofrecido gaseosa, pero parece que las distancias ya se rompieron. Llega un puñado de coca a mis manos. “Acompáñanos”, es el pedido. Lo hago gustosa.
Cerca de la medianoche hacen una pequeña ceremonia delante de los cajones que contienen los restos de sus familiares para, simbólicamente, vestirse de luto para el entierro del día siguiente. Pero luego regresarán a sus ropas de siempre.
Sin cuerpo que velar ni enterrar, sin ropa que lavar, las familias de estás 15 personas, hace 26 años, vistieron de negro por todo un año.
*****
DÍA 9543
Los cajones dejan el salón comunal, luego de haber sido velados toda la noche, para dirigirse a una misa de cuerpo presente. Todos los familiares van impecablemente vestidos de negro. Una banda los espera a la salida de la iglesia y los escolta durante su camino al cementerio. Son pocas cuadras, pero el camino se hace largo. Interrumpimos el tráfico si la menor vacilación y nadie parece molestarse. La gente en las calles nos mira, toma fotos con sus celulares, se preguntan y responden entre ellos sobre el origen de éstos cuerpos que están llegando por fin a su morada final. 
Tomó alrededor de dos horas enterrar a estos 15 ciudadanas y ciudadanos peruanos que el 4 de julio de 1991, fueron asesinados por una patrulla del Ejército de la Base de Lircay, al mando del Teniente de Infantería EP Javier Bendezú Vargas, en la Comunidad campesina de Santa Bárbara. Fueron 14 miembros de las familias Hilario Quispe, Osnayo Hilario, Hilario Carhuapoma, e Hilario Guillén (todos de la misma rama familiar) que fueron sacados de sus casas, y junto con Elihoref Huamaní Vergara, llevados hasta el socavón de la mina “Misteriosa”, para luego matarlos disparándoles ráfagas de FAL y después dinamitar el ingreso para intentar desaparecer sus cuerpos. Siete, eran niños y niñas entre los 6 años y los 8 meses de edad.
Han pasado un poco más de 26 años, para que los cuerpos de éstas personas puedan ser enterrados dignamente. Un capítulo de la búsqueda de justicia de sus familiares se ha cerrado. Pero aún faltan más.
La sentencia de este caso presentado a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se emitió el 1ero de Setiembre del 2015. En ella se señala que a pesar de “la reapertura del proceso penal en el año 2005, no existiría ninguna condena en firme en contra de los perpetradores. De esta manera los hechos se encuentran en la impunidad”  . Sin embargo, en abril del año pasado, Bendezú Vargas fue detenido y se encuentra recluido en el Penal de Ancón, afrontando su juicio. Los cálculos del abogado que lleva este caso es que no deberían pasar más de dos meses para que haya una sentencia final. Mientras, los días siguen corriendo. Ojalá los familiares no lleguen a los 10 mil días de espera con esta sentencia.



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