Musuk Nolte

Photographer
NA
 
Ashaninkas
Location: Lima, Peru
Nationality: Peru
Biography: Musuk Nolte  (Ciudad de Mexico, 1988 / Nationalized Peruvian) His work strives between documentary and artistic photography to approach social issues, such as memory and environmental depredation. Throughout his career, Nolte has often... MORE
Private Story
Ashaninkas
Copyright Musuk Nolte 2024
Updated Mar 2020
Topics Documentary, Photography
Memorias del miedo 
por Ricardo Leon
Publicado en la revista Somos Octubre, 2012

A través de Puerto Ocopa, un pequeño caserío ubicado a dos horas de la ciudad de Satipo, se moviliza de todo, pero principalmente drogas, madera y personas. Es un puerto muy pequeño y muy rústico, con movimientos lentos pero regulares, constantes. Desde aquí Ronaldo se embarcará en un recorrido por varias comunidades asháninkas del río Ene, que le tomará algunos días. Como coordinador de la Central Asháninka del Río Ene (CARE), él recibió el encargo más o menos imposible de encontrar a Elsa, una mujer nativa cuya hija fue secuestrada en los años 80 por una columna de Sendero Luminoso y ahora está detenida en Lima esperando. Solo esperando. 

La niña fue separada de su familia a la fuerza, antes de que fuera inscrita y tuviera partida de nacimiento; ella tuvo un nombre de pila, pero el primero que aprendió fue el alias que le impusieron los terroristas. Fue detenida hace algunos meses y permanece bajo la custodia de la Dircote. A través de un convenio con la CARE, la policía ofreció liberar a aquellos detenidos de origen asháninka que habían sido raptados y asimilados a la fuerza a las columnas senderistas, si es que se ubica a sus familiares y si estos pueden demostrar el parentesco. Con una partida de nacimiento, por ejemplo.

Elsa, la mujer que Ronaldo busca, vive en un anexo lejano de la comunidad de Potsoteni; la única información que consigue acerca de ella es que es una anciana enferma, y que quizá ni siquiera recuerde que le quitaron a una hija. Sin ánimo de desconsolar a nadie, Walter Pishiri, el jefe de esta comunidad, comenta que a veces los padres no recuerdan y que otras veces prefieren no recordar: “Entonces olvidan, nomás”. 

Potsoteni es una de las comunidades asháninkas más desarrolladas del río Ene; tiene una posta, un colegio de material noble, algunas horas de luz eléctrica y unas pocas escopetas en el almacén: estas son algunas de las variables con las que se mide aquí el desarrollo. Pero esta situación de estabilidad, reconoce Walter, es reciente y hasta cierto punto frágil: “Pensamos que los ‘terrucos’, poco a poco, pueden volver. Ellos ya han venido y han destruido todo. Aquí teníamos tres anexos, pero dos desaparecieron”. Él y su familia, como otros miles de nativos asháninkas, debieron escapar de los terroristas atravesando el monte en la noche, cuando no había luna, pero no fueron bien recibidos en otras comunidades. Walter regresó a Potsoteni en el 2003, pero el pueblo ya había sido cubierto por la maleza. Los comuneros pasaron varios meses reconstruyendo sus casas, recuperando chacras. No han vuelto a escuchar balazos desde el 2004, pero el miedo sigue. ¿Miedo a quién? “A los ‘blancos’”, responde Walter. Al decir los ‘blancos’ se refiere a todos aquellos que vienen de afuera, buenos o malos.

Horas después, Ronaldo continúa su recorrido por el río Ene. Su bote se detiene en Caperucía, una pequeña comunidad nativa en cuya parte baja vive una sola familia. Toribio Angurillo -casi no habla español- es pescador; cuando no está en el río está en su maloca, compartiendo un poco de masato con su cuñado, que vive a 10 minutos de distancia. La mujer de Toribio es una anciana curandera que trabaja terapias de ‘sudoración’ con piedras previamente hervidas sobre una hoja de palmera. Ronaldo, que se ha quejado durante una parte del viaje de un fuerte dolor de cabeza, conversa con ella y le explica su problema; el calor furioso ya está disminuyendo, a esta hora de la tarde el sol apunta de costado, pero igual quema. Ronaldo, cubierto por una cushma, se frota el cuerpo y suda a chorros mientras la mujer agita las piedras. Minutos después, la anciana retira las piedras de la olla, abre las hojas de palmera y encuentra bajo estas un trozo de papel similar al de una agenda de teléfonos. Ella le indica a Ronald en dialecto asháninka que su estrés por el trabajo de oficina le está causando daños físicos. Y no habla más. (Nadie explicará, en el resto del viaje a través del río Ene, cómo diablos apareció allí ese pedazo de papel). 

La noche es fresca y clara: hoy toca dormir sobre la arena, al costado del río. A Elsa habrá que buscarla en otro viaje.

EL FIN Y LOS MIEDOS
Pakitzapango significa ‘casa del águila’ en dialecto asháninka. Así se llama un cerro de piedras a orillas del río Ene, que forma un cañón angosto y profundo. Según la mitología local, en ese cerro vivía un águila que cazaba humanos para comérselos. Cada vez que un nativo cruzaba el cañón, el ‘pakitza’ volaba, lo cogía con sus garras y se lo llevaba a una cueva ubicada en lo alto del cerro. Para conseguir presas más fácilmente, el águila planeó construir un muro de orilla a orilla, donde quedarían atrapados los viajeros. Los nativos, preocupados, moldearon un poco de arcilla, le dieron forma humana y colocaron la estatua en un bote. El águila creyó que era un humano, pero cuando quiso atraparlo sus patas quedaron atascadas. Los indios mataron al ‘pakitza’ a flechazos.

En este mismo cerro se escondieron, siglos después, los jefes terroristas que llegaron al río Ene gritando arengas a ‘Gonzalo’ como psicópatas y matando nativos como carniceros. Igual que el ‘pakitza’, cada vez que un asháninka quería cruzar el cañón o detenerse a pescar y bañarse, los ‘cumpas’ le disparaban desde lo alto o lo capturaban vivo para llevarlo donde el mando senderista. Y luego lo asesinaban.

El cerro Pakitzapango es la materialización de todos sus temores: aquí nadie se baña, nadie pesca. Como si cada cierto tiempo una pesadilla distinta se manifestara en el mismo lugar, esta pared de piedras se pensó en los últimos años como punto de inicio de una gigantesca central hidroeléctrica, que forma parte de un poco claro acuerdo de energía eléctrica firmado entre Perú Brasil, durante el gobierno anterior, bajo el cual se controlaría y modificaría el flujo del río y que obligaría a muchas comunidades de la zona a desplazarse definitivamente a otros territorios. Para los nativos asháninkas del río Ene, el cerro Pakitzapango está maldito y esa posible represa es, supersticiones de por medio, la misma que el águila planeó construir para acabar con los humanos. Es un apocalipsis a la medida de sus miedos más orgánicos. 

“No nos vamos a mover de aquí. Yo solo vivo aquí”, sentencia Aroldo Ventura, jefe de la comunidad nativa de Puerto Asháninka, ubicada cerca de Pakitzapango; esta comunidad es muy respetada y él es uno de los líderes más poderosos (y más inaccesibles) de todo este enorme territorio ubicado en la selva central. La conversación gira en torno a la posibilidad futura –no negada del todo- de que se ejecute el proyecto de la hidroeléctrica, pero Aroldo prefiere responder apelando a la historia asháninka y a las deudas pendientes. 

“Las primeras guerras –relata Aroldo, masato en mano- fueron entre los propios asháninkas, que se disputaban territorios y que arrasó con familias enteras: los niños valían menos que las escopetas. La segunda guerra fue contra Sendero Luminoso. La segunda guerra comenzó cuando el río nos traía cadáveres con bala, cuando escuchábamos palabras raras, ‘partido’, ‘compañero, ‘comunismo’. Yo mismo peleé contra ellos, pero al final escapamos. Yo regresé por el año 94. Antes de ese año hubo una tercera guerra, la de las enfermedades. Mi padre murió de tuberculosis”. Él pasa el resto de la tarde recordando: hay mucho más que contar. También hay mucho más masato, por cierto. 

La comunidad de Puerto Asháninka celebró, hace pocos días, su aniversario. Pero aquí no celebran el día de su creación política ni el día en que le fueron entregados sus títulos de propiedad: celebran el día que regresaron a sus casas, lo que ellos llaman el repoblamiento. Si Aroldo es tan poderoso y su comunidad es tan respetada, es porque representan, del modo más claro posible, la supervivencia. 
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