Hoy pasaron cosas: hice mi rutina de yoga por primera vez en meses, cerré una asignación con una pauta en una galería, comencé un tratamiento para recuperar la piel de mi abdomen, y guardamos la camita colecho de Merú para regalarla a unos amigos. Hoy fue un día importante.

Y pareciera que no, si me dejo llevar por la velocidad de la rutina olvido que todas esas cosas me parecían lejanas y hasta imposibles hace unas semanas. Si no me detengo un segundo a sentir este día no noto que alargué lo más que pude guardar esa camita que casi no usamos porque ya no tenerla con nosotros es que mi bebé chiquitito está creciendo, rápido e indetenible.

Durante mi práctica de yoga volví a sentir mi cuerpo mío, unos brazos fuertes que me sostienen y unos músculos que se estiran, unas piernas que se elevan al aire muy juntas con los pies en punta. Otra vez, me detuve: soy yo, esta también soy yo.

Porque estos meses he sido la mamá de Merú todo el tiempo, con pocos espacios para respirarme y sentirme en calma, sola conmigo misma. Sí, me he procurado darme una ducha diaria tranquila, como me recomendaron como el mínimo auto cuidado, pero eso, es el mínimo ¿dónde está el resto de mí?

Por eso hoy, cuando revelaba las fotos luego de dormir a mi guagua, todavía llena de oxitocina por amamantarlo y también por haber trabajado, y me sentía contenta por hacerme cargo de retribuirle a mi cuerpo todo su esfuerzo por gestar la vida de mi hijo cascada, entendí que sí, había sido un día importante.